Sobre la gracia del amar
Presento este pequeño poema que reflexiona sobre el amor y sus características, la obra le canta al acto elemental de amar algo y el acto que le suele ser consiguiente, el acto de abrir la capacidad de experimentar el dolor.
A ustedes se los presento:
Amar
No es tan triste
este destino de amar.
Ya mi pecho quisiera
inundar este mundo azaroso
de colores y poemas en cada árbol,
caerán aún así a mis pétalos
los heraldos negros entre la niebla
que azotarán de melancolía
las crisálidas de mi libreta
Pero tampoco es tan triste
este destino de andar
soñando y acariciando sendas de espinas
pues tanto podría ser el dolor,
mas nunca iguala ni es tan glorioso
A dormir entre mis propios brazos,
asir mi mano, luchar,
y al ocaso ver que los capullos
revolotean ya por el jardín.
Podrá a veces ser triste
sentir el pecho nublado
sin responder a la razón,
profeta de tontas tragedias.
Pero al cubrir el velo de la noche
mi cuerpo yaciendo en el lecho
sabré yo mi verdadero valor
mis bellos tormentos,
mis frutas para compartir.
Estaré triste,
con esta alma frágil,
pero hasta preso de la mustia
no dejaré de amar.
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Este poema que es de gran sentimiento para mí, retrata el pecho del que quiere sin falta. El acto de amar se distancia de la exclusividad que le damos al romanticismo, sino que se abre hasta todo tipo de amor: fraterno, paterno, amistoso, y, lo que siento que es la desembocadura del amor (en mayor o menor medida); a la vida.
Amar el mundo no es repeler la tristeza ni el dolor, no es cubrir los ojos con un barniz rosado de entera dicha e idealismo. Amar el mundo y la vida es entender el valor de los actos más elementales del ser humano: respirar, sentir aromas, oír, sentir texturas. Sobre esas sensaciones construimos juicios que después forman lo que nosotros conocemos como bien o mal, sabroso o asqueroso, perfumado o maloliente, bello o feo, pero entender el valor propio del acto de vivir e intentar honrar lo bello (porque reconozco su atrocidad) de la vida humana es un acto de amor y de desapego de las cosas superfluas que tanto llegan a agobiarnos.
El abrazo de un amigo, acariciar una mascota, ver la sonrisa de un extraño en la calle, oler una flor, abrir las ventanas, sentir el viento pasar. Todas son sensaciones que por sí solas quizá en conjunto no formen algo tan estructurado o relevante, pero reconocer su valor una por una y cuestionar una sociedad de avance dónde lo anticuado no importa y la ansiedad de llegar a dónde sea que querramos colma los lugares donde pasamos de un velo de indiferencia, hace que podamos disfrutar un poco más lo que somos, la gente de este mundo y los lugares que nos ofrece.
Ser los humanos en sociedad que somos, nos hace experimentar felicidad, ira, euforia o melancolía, pero estar triste no significa repudio a vivir, sino aceptar las condiciones de la vida misma, y también reconocer nuestra capacidad para cambiar las cosas que nos duelen.
Hasta pronto.
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